Del presupuesto a la obra: lecciones de Chenalhó para evaluar el FAISPIAM
- Cántaro Azul

- 23 dic
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En la comunidad de Tzabalho’, municipio de Chenalhó, Chiapas, la inauguración de obras sociales el pasado 16 de diciembre (entre ellas infraestructura hídrica) se vivió como una fiesta comunitaria. Y es que motivos para celebrar tienen de sobra, desde que decidieron en asamblea invertir recursos del FAISPIAM para rehabilitar una olla de agua y tanques de almacenamiento, mejorando el acceso para muchas familias.
Ahora bien, detrás de esa fiesta hay una pregunta nacional: ¿qué pasará con el FAISPIAM? Este fue su primer año y como cualquier política pública, debe ser evaluada. La experiencia de Chenalhó deja una lección importante; cuando el recurso llega directo y la comunidad se organiza, el presupuesto sí se convierte en obra y beneficio colectivo.

¿Qué es el FAISPIAM y por qué está en debate?
En 2025 inició FAISPIAM, el componente indígena y afromexicano del Fondo de Aportaciones para la Infraestructura Social (FAIS). En términos simples es un mecanismo para que comunidades indígenas y afromexicanas reciban recursos de manera directa y decidan en qué obras de infraestructura social invertir. Este cambio se vincula con la reforma al artículo 2 constitucional, que reconoce como sujetos de derecho colectivo y con capacidad de decisión a los pueblos y comunidades.
Sin embargo, desde su inicio el programa abrió un debate. Algunos municipios critican que esta asignación directa “recorta” los recursos para obra social municipal. Incluso, en septiembre de 2025, la Asociación Nacional de Alcaldes (ANAC) presentó una controversia constitucional ante la Suprema Corte para reclamar la devolución de recursos del FAIS.
Aún cuando se deben atender las necesidades municipales, no hay que perder de vista lo esencial: por décadas, muchas comunidades han quedado al final de la fila cuando se trata de inversión básica. Si el FAISPIAM va a continuar, la discusión no debería quedarse en el recorte y quién pierde presupuesto, sino en qué se logra cuando el recurso llega al territorio y la comunidad decide.
En el FAISPIAM la clave no es solo el dinero, es el proceso comunitario:
La asamblea define prioridades.
Se forman comités para administrar y vigilar el recurso.
Colectivamente asumen responsabilidad en compras, control de materiales, tiempos, mano de obra y seguimiento.
La obra se puede hacer por etapas, según lo que alcance y lo que la comunidad acuerde.
Eso abre la posibilidad real de que la infraestructura responda a los problemas que la gente vive todos los días —como el agua— y no a decisiones tomadas desde fuera.
En Chenalhó, este trabajo comunitario se fortalece cuando hay procesos asociativos como la Asociación de Patronatos de Agua del Municipio de Chenalhó (APAMCH), que articula aprendizajes, acompaña decisiones y ayuda a que cada comunidad no tenga que empezar desde cero. La experiencia de este primer año deja un mensaje claro, cuando hay organización comunitaria, el FAISPIAM puede convertirse en obras útiles y adecuadas. Aquí, varias localidades decidieron invertir en agua, ya que la falta de acceso y los problemas asociados (acarrearla, almacenarla, cuidarla, etc.) atraviesan la vida comunitaria.

¿Qué aporta Cántaro Azul en este tipo de colaboraciones?
En experiencias como Tzabalho’, la contribución de Cántaro Azul no sustituye a la comunidad ni dirige la obra, el trabajo es acompañar para que el proceso sea más sólido, en coordinación con autoridades comunitarias y con las instancias que participan en la implementación del FAISPIAM. Por ejemplo:
Apoyo para contar con un expediente técnico (para saber qué se va a hacer y con qué alcance).
Coinversión en materiales (cuando aplica y se acuerda).
Acompañamiento técnico durante la construcción para cuidar calidad y seguridad.
Este tipo de colaboración —sumada al apoyo institucional que corresponde— ayuda a que la obra no sea improvisada y que el recurso se use con claridad.
Lo que está en juego al evaluar el primer ciclo
En el cierre de este primer año, seguramente se abrirán evaluaciones para decidir la continuidad del FAISPIAM. Desde la experiencia comunitaria, vale la pena poner sobre la mesa al menos tres ideas:
El debate no puede ignorar la desigualdad histórica. Si el recurso llega directo a comunidades históricamente marginadas, eso no es un “extra”, es una forma de cerrar brechas.
Lo comunitario no es automático, se fortalece. Los comités, la rendición de cuentas y la ejecución por etapas requieren acompañamiento y aprendizaje.
El agua es una infraestructura social básica. Cuando se invierte en agua, se invierte en salud, tiempo, escuela, trabajo y dignidad.
La continuidad de la asignación directa depende de la gestión con transparencia y de fortalecer las capacidades comunitarias que hacen posible que el recurso se convierta en obra. Se trata de que existan condiciones para planear, comprar, documentar, rendir cuentas y dar seguimiento sin que eso se vuelva un desgaste imposible.
Es importante decirlo sin romantizar, lo comunitario no es sencillo ni automático. Requiere tiempo, reglas internas, transparencia, mecanismos para resolver desacuerdos y participación real (incluida la de mujeres y juventudes) en espacios donde históricamente no siempre se ha garantizado.
Aun con esos desafíos, la fiesta en Tzabalho’ muestra que 2025 marcó un hito en la forma de ejecutar recursos para infraestructura social comunitaria. Cuando hay trabajo intersectorial (comunidad organizada, acompañamiento social y técnico, y coordinación institucional) con un componente comunitario activo en la toma de decisiones, se abre una ruta para ejercer derechos sin caer en asistencialismo.
El reto es sostener esa ruta con mejores herramientas, más capacidades locales y reglas que pongan al centro lo que importa, que la infraestructura responda a la vida cotidiana y se cuide en el tiempo.




















