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La construcción colectiva de un camino por el agua

Actualizado: 4 jun


En junio de 2025 cierro mi etapa como parte del equipo operativo de Cántaro Azul, justo 19 años después de su fundación como organización. Hoy quisiera compartir mi perspectiva de un trayecto colectivo: uno que surgió de preguntas personales, que se fue nutriendo de múltiples colaboraciones, que se arraigo al territorio y que encontró sentido en el acompañamiento a las comunidades y escuelas en el ejercicio de sus derechos asociados al agua.


En 2004, al terminar la carrera de física, reconocí que necesitaba salir de la frialdad teórica y sentir más la experiencia de vivir, esa que ocurre cuando te sientas a platicar en una ranchería, cuando te comparten sus alimentos o te ofrecen que te hospedes en su hogar. Esto me llevó a vincular mi siguiente etapa profesional con el interés de conectar con las comunidades rurales, de aprender de sus formas de vida y de trabajar en la construcción de un mundo más justo y con mayor bienestar para todas y todos.


En ese contexto fue que surgió un proyecto impulsado por estudiantes de la Universidad de California en Berkeley en el cual documentamos cómo las familias gestionaban el agua en 24 localidades rurales de Baja California Sur. Esto dio pie a diseñar, junto con un equipo interdisciplinario en Berkeley, una solución técnica adaptada a los hogares rurales: el primer sistema de desinfección con luz ultravioleta para hogares rurales. No era solo una tecnología, era la posibilidad de empoderar a las familias para que consumieran agua segura.


La creación de Cántaro Azul en 2006 fue la decisión tomada en conjunto con Balam de no dejar esos aprendizajes en una tesis grupal archivada en la biblioteca de una universidad, sino de llevarlos al territorio. Al poco tiempo otra organización local replicó un modelo similar de desinfección con luz ultravioleta y se logró posicionar mejor que nosotros. Habíamos abierto nuestras puertas, compartido aprendizajes y evitado registrar patentes, creyendo en la ciencia y en el conocimiento como bienes comunes. La experiencia fue difícil, sentimos que se nos cerraban puertas y que no se tomaban en cuenta los aprendizajes que habíamos desarrollado. Pero desde entonces se consolidó un principio que hasta hoy rige nuestra práctica: compartir, incluso si esto genera tensiones. Porque compartir permite integrando distintas perspectivas y construir con más solidez, y al final, lo que buscamos no es proteger lo propio, sino transformar de manera colectiva la realidad de las personas que viven en localidades rurales.


Durante varios años exploramos distintas rutas. Aprendimos mucho, especialmente del contraste entre lo que ocurre en el papel y lo que pasa en el territorio. Un hallazgo clave fue entender que cuando se implementa una tecnología no solo hay un efecto de empoderamiento, si no que también se delegan responsabilidades a familias y comunidades. Estas responsabilidades poco visibles suelen limitar los beneficios en salud a quienes viven en condiciones de marginación, profundizando las condiciones existentes de desigualdad. A partir de ese hallazgo, decidimos evolucionar hacia modelos de servicio que distribuyen las responsabilidades según las capacidades de distintos actores: las personas, el hogar, la comunidad y el ecosistema institucional.


La falta de recursos para continuar nuestro trabajo en Baja California Sur y la oportunidad de aportar en otras regiones, nos llevó a trabajar en distintos estados, muchas veces de forma itinerante. Un proyecto en Tabasco, Veracruz y Chiapas en el 2010-11 nos hizo llegar a San Cristóbal de Las Casas. Con la visión construir servicios sostenibles, nos dimos cuenta que necesitábamos echar raíces, apostar por el largo plazo y acompañar procesos comunitarios desde cerca. Chiapas, con su diversidad organizativa, su riqueza comunitaria y los vínculos que fuimos construyendo, se convirtió en nuestro hogar. Aquí empezamos a trabajar con organizaciones locales, a complementar capacidades y a gestar el desarrollo de programas con el apoyo de muchas personas e instituciones que han hecho posible nuestro trabajo.


Con el tiempo, se consolidaron dos grandes programas: Agua Segura en Escuelas y Gestión Comunitaria del Agua. Junto a ellos, surgieron también las estrategias que hoy nos definen: la implementación de soluciones, la gestión del conocimiento, el cambio sistémico y la comunicación. El hecho de que todas estas estrategias convivan en un mismo espacio organizativo nos ha permitido cerrar brechas, atar cabos y fortalecer nuestras capacidades de transformación.


No ha sido un camino lineal. En el intento de incidir en la política hídrica nacional, participamos en el equipo de transición del gobierno federal en 2018. En el 2019 y 2020 sistematizamos foros de consulta en todo el país para el poder legislativo y diseñamos una propuesta de Ley General de Aguas. Esto nos dio visibilidad y reconocimiento, pero también nos colocó en tensiones políticas y nos obligó a vivir los costos de confrontar intereses establecidos. Fue una etapa valiosa pero también desgastante, que nos enseñó los retos de la incidencia y las consecuencias operativas si no se cuidan los procesos internos.


Ese momento coincidió con el proceso de transición organizativa hacia la holocracia, un modelo que busca distribuir el poder para que sea ejercido de forma cercana al contexto en que es relevante y donde se viven las consecuencias de las decisiones, además de buscar fortalecer el balance entre la autonomía y articulación del equipo. Aun con sus tropiezos y retos, ese cambio ha sido fundamental para que Cántaro Azul se piense como una organización colectiva, no como una extensión de sus fundadores o direcciones. Hoy siento que como equipo caminamos de forma más orgánica, con más arraigo y con más decisiones que surgen del territorio.


Me voy con gratitud y también con compromiso. Con la responsabilidad de llevar los aprendizajes de estos 19 años a otros espacios, muy probablemente desde una institución pública, pero siempre con la convicción de transformar desde las bases.


Me gustaría que Cántaro Azul siga fortaleciendo su vínculo con las comunidades y escuelas, que sus órganos operativos y de gobernanza integren cada vez más a quienes viven el día a día del agua en el territorio. Que se atreva a ser, como hasta ahora, una organización en movimiento, autocrítica, creativa, propositiva y transformadora.


Siempre estaré profundamente agradecido de haber tenido la oportunidad de ser parte de la construcción de este camino que me ha enseñado tanto y me ha permitido sentir las múltiples dimensiones de la vida que toca el agua.


Te invitamos a escuchar la entrevista realizada a Fermín Reygadas en el Inter Cántaro Sonoro de Radio Cántaro.





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