La participación social es un elemento fundamental para activar la promoción de la salud. Dicha participación es fundamental en cualquier implementación, pero se vuelve más importante cuando representa un acto de resistencia, de justicia social.
Si bien en el discurso algunos Estados, organizaciones y organismos multilaterales han «reconocido» los conocimientos de los pueblos originarios sobre el manejo de sus territorios, las lógicas de los programas y políticas relacionados con la salud y el medio ambiente suelen realizarse desde una racionalidad occidental en una lógica vertical, distanciada de la realidad de las personas beneficiarias. Sin la correcta contribución de los conocimientos de los pueblos originarios es posible caer en tendencias multiculturalistas que les folclorizan y despolitizan.
La evaluación participativa es una forma de ejercer esa justicia social. Dicha evaluación implica una redistribución del poder y representa una forma de motivar espacios de participación social sobre programas y políticas relacionadas con la salud y el medio ambiente a poblaciones que han sido históricamente excluidas, debido a las relaciones históricas de desigualdad. Sin embargo, es importante enunciar que cualquier ejercicio de este tipo puede convertirse en un simulacro simbólico, por lo cual no debe limitarse a un ejercicio de consulta sino a uno en el que las y los participantes tengan la posibilidad de influir.
Una metodología como ésta debe responder a las necesidades de las y los beneficiarios, por lo que de forma ideal, ellas y ellos deben decidir qué será evaluado, cuándo, con qué objetivos, métodos de recolección y análisis de datos, y cómo se comunicarán los resultados. Además, debe reconocer a las y los actores como sujetos de derechos y el saber local; procurar el trabajo de modo horizontal, utilizar técnicas y materiales didácticos, y considerar el contexto en el que se está llevando a cabo la evaluación.
Tener en consideración el contexto es sumamente importante para organizaciones como Cántaro Azul, que colaboran con pueblos originarios. Lo cual implica comprender que cada pueblo tiene diferente trayectoria histórica, organización sociopolítica, formas de relacionarse con el entorno, maneras de crear y experimentar el mundo y concepciones sobre la salud, la enfermedad, la naturaleza y el medio ambiente.
Por otra parte, la propia evaluación participativa constituye una oportunidad para evidenciar y cambiar consideraciones de carácter clasista, sexista, racista, homófobo, entre otros. Lo cual implica, conocer el modo en que los diferentes sistemas y estructuras de poder, como el nivel socioeconómico, el género, el origen étnico, la edad, entre otros; dan como resultado distintos perfiles de salud o enfermedad.
Al igual que otros enfoques, ésta evaluación es de utilidad para aprender, reajustar y tomar medidas correctivas ante las áreas de oportunidad de programas y políticas. Es una herramienta para fortalecer las organizaciones y lograr que tengan un mejor control de su propio desarrollo y es útil para mejorar la capacidad de autocrítica, reflexión e innovación.
La promoción de la salud debe ser un proceso que permita el incremento de la capacidad individual y comunitaria para mejorar la salud. En Cántaro Azul hemos decidido incorporar la evaluación participativa dentro de nuestras metodologías, porque queremos impactar directamente en la salud de las personas y sabemos que esto no es posible sin ellas. Fomentar la evaluación con conciencia histórica y política del contexto en el que trabajamos, es un acto de justicia social que debe ser posicionado desde las organizaciones de la sociedad civil.
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